LEYENDA: EL TEYÚ CUARÉ
Bajando del puerto de San Ignacio esta situado el lugar denominado Teyú-Cuaré, ósea, traducido libremente, " la Cueva del Lagarto".
El nombre de dicho sitio proviene de la creencia generalizada entre los naturales de que allí vivió en tiempos pasados un gran lagarto ( Teyú) que usaba la cueva (Cuaré) como vivienda, haciendo estragos entre las embarcaciones que osaban inquietarlo y cobrándose el peaje en la vida de los que navegaban la inmediaciones.
El mito del Teyú es al estilo del Miñocau de los brasileños y moradores de la margen del Uruguay, es decir, así como el Teyú es un gran lagarto que devora a los pescadores y navegantes del Paraná, el Miñocau es un gusano gigantesco que hace lo propio con los navegantes del Uruguay.
Pero la leyenda y mito aparte, el Teyú-Cuaré junto a la punta "Reina Victoria" y a San Ignacio con sus ruinas, son dignos de ser visitados porque condensan mucho de la historia y la prehistoria de Misiones.
El Teyu hace mucho que no aparece..... pero aun algunos ancianos rememoran los tiempos en que era poderoso en él rió......
Hoy, según me contaba una anciana de apergaminada piel, " el ruido de los barcos lo asusto al bicho......".
otro comentario;
“Conocido es en el Alto Paraná el Cerro de la Reina Victoria, cortado a pico sobre el río y en cuyas aristas se puede ver desde un barco y con ojos de turista el perfil de la reina Victoria de Inglaterra.
Al lado de este cerro, a unos doscientos metros, hay otro cerro de igual altura y parecida conformación, y entre los dos cerros hay naturalmente una quebrada. Internándose un poco por dicha quebrada al llegar a la altura de unos cincuenta metros, se halla una gruta que presenta todo el aspecto de un refugio de animal antediluviano. Y enfrente, en la costa paraguaya, desemboca un arroyito cuyo curso desciende en zig zags regulares. La región se llama Teyú Cuaré.
Un día, andando en busca de orquídeas, me interné por la boscosa quebrada, y llegué a la musgosa gruta, y escudriñando sus rincones encontré un objeto que a primera vista me pareció una uña gigantesca que habría pertenecido a algún animal prehistórico.
Pero después de examinarla descubrí que se trataba de un casco de caballo que quizá fuera el resto del banquete de una onza.
No obstante la poca importancia del hallazgo, guardé el casco y más tarde se lo mostré a mi vecino don Luis Bade, hombre de probada erudición y curioso por todas las cosas raras. Lo observó pensativamente, me miró con gesto seguro y dijo en tono misterioso:
- Esto… es una escama del dragón teyú, que en otros tiempos habitó una cueva cuá y que ya no es más ré: teyú-cuá-ré.
Se sabe que en una ocasión, el animal vio aparecer a su presa y como de costumbre se lanzó sobre ella, pero le costó engullirla, era no ya una piragua sino una gran canoa con cinco hombres blancos muy gordos y vestidos de negro. Esta vez el teyú se dio el atracón de jesuitas de la reducción de San Ignacio.
Pasaron los años. Hasta que una noche, se oyó un extraño rumor que espantó a los yacarés y enmudeció a las aves nocturnas. El ruido aumentó rápidamente y llegó a oírse un fragoroso rechinar de hierros y tremendos resoplidos acompasados. La jungla quedó en suspenso. El dragón enfurecido esperó en su gruta a que el enemigo enfrentara la quebrada. Llegó el momento, descendió hacia el río en carrera aciclonada y fue a estrellarse contra el primer barco a vapor que rugiendo y echando chispas remontaba el Alto Paraná. Entonces dolorido y avergonzado por la derrota cruzó el río para internarse y esconderse en los bosques del Paraguay, y con la cola trazó el cauce en zig zags de ese arroyo que desemboca frente a los dos cerros del Teyú Cuaré” (de Alto Paraná, 1938)
El nombre de dicho sitio proviene de la creencia generalizada entre los naturales de que allí vivió en tiempos pasados un gran lagarto ( Teyú) que usaba la cueva (Cuaré) como vivienda, haciendo estragos entre las embarcaciones que osaban inquietarlo y cobrándose el peaje en la vida de los que navegaban la inmediaciones.
El mito del Teyú es al estilo del Miñocau de los brasileños y moradores de la margen del Uruguay, es decir, así como el Teyú es un gran lagarto que devora a los pescadores y navegantes del Paraná, el Miñocau es un gusano gigantesco que hace lo propio con los navegantes del Uruguay.
Pero la leyenda y mito aparte, el Teyú-Cuaré junto a la punta "Reina Victoria" y a San Ignacio con sus ruinas, son dignos de ser visitados porque condensan mucho de la historia y la prehistoria de Misiones.
El Teyu hace mucho que no aparece..... pero aun algunos ancianos rememoran los tiempos en que era poderoso en él rió......
Hoy, según me contaba una anciana de apergaminada piel, " el ruido de los barcos lo asusto al bicho......".
otro comentario;
“Conocido es en el Alto Paraná el Cerro de la Reina Victoria, cortado a pico sobre el río y en cuyas aristas se puede ver desde un barco y con ojos de turista el perfil de la reina Victoria de Inglaterra.
Al lado de este cerro, a unos doscientos metros, hay otro cerro de igual altura y parecida conformación, y entre los dos cerros hay naturalmente una quebrada. Internándose un poco por dicha quebrada al llegar a la altura de unos cincuenta metros, se halla una gruta que presenta todo el aspecto de un refugio de animal antediluviano. Y enfrente, en la costa paraguaya, desemboca un arroyito cuyo curso desciende en zig zags regulares. La región se llama Teyú Cuaré.
Un día, andando en busca de orquídeas, me interné por la boscosa quebrada, y llegué a la musgosa gruta, y escudriñando sus rincones encontré un objeto que a primera vista me pareció una uña gigantesca que habría pertenecido a algún animal prehistórico.
Pero después de examinarla descubrí que se trataba de un casco de caballo que quizá fuera el resto del banquete de una onza.
No obstante la poca importancia del hallazgo, guardé el casco y más tarde se lo mostré a mi vecino don Luis Bade, hombre de probada erudición y curioso por todas las cosas raras. Lo observó pensativamente, me miró con gesto seguro y dijo en tono misterioso:
- Esto… es una escama del dragón teyú, que en otros tiempos habitó una cueva cuá y que ya no es más ré: teyú-cuá-ré.
Se sabe que en una ocasión, el animal vio aparecer a su presa y como de costumbre se lanzó sobre ella, pero le costó engullirla, era no ya una piragua sino una gran canoa con cinco hombres blancos muy gordos y vestidos de negro. Esta vez el teyú se dio el atracón de jesuitas de la reducción de San Ignacio.
Pasaron los años. Hasta que una noche, se oyó un extraño rumor que espantó a los yacarés y enmudeció a las aves nocturnas. El ruido aumentó rápidamente y llegó a oírse un fragoroso rechinar de hierros y tremendos resoplidos acompasados. La jungla quedó en suspenso. El dragón enfurecido esperó en su gruta a que el enemigo enfrentara la quebrada. Llegó el momento, descendió hacia el río en carrera aciclonada y fue a estrellarse contra el primer barco a vapor que rugiendo y echando chispas remontaba el Alto Paraná. Entonces dolorido y avergonzado por la derrota cruzó el río para internarse y esconderse en los bosques del Paraguay, y con la cola trazó el cauce en zig zags de ese arroyo que desemboca frente a los dos cerros del Teyú Cuaré” (de Alto Paraná, 1938)